MUJER debe ser la última palabra de un moribundo y de
un libro.
Xavier
Forneret
He enumerado los rasgos buscando el
súmmum del poema,
he aprendido lo concisa que ha de ser
su causa innumerable,
he dicho: hermoso como una cantera de
himnos plorados,
rítmico como el cabello de ébano de
un almendro en flor,
anárquico como una ladera de timbres y
sonriente como el suicidio
de un rascacielos o un cántaro de
espuma en la boca del presidente.
He dicho: meditemos antes de abrir la
boca donde masticamos
aún la galaxia, hay vislumbres cogidos
al vuelo que caen muy
pronto en la ventisca, quitaros el sol
de la idea y mirad la uña
de los días creciendo en el glande de
lo certero, ponedle al verso
la pizca de humor que queda después de
haber caído las piedras
en la sangre o fijaos cuando duele
mucho la flecha de la aljaba.
Y he concluido que no es necesario el
poema ni casi la palabra,
que lo que se dice retumba y es mejor
que caiga en un lecho
de bocas y sea mordaza su sonido y que
en un incienso de paños
se disperse hasta un sinfín de orejas,
que traspase el tejido
y sea visceral, entero, rotundo, por
eso lo mejor es no andarse
con almeas, sacar el folio y escribir
sencillamente: MUJER.
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