lunes, 18 de enero de 2010

Un café con Déborah Vukusic

Menos mal que amaneció con niebla prolongando así la textura que deben tener los sueños o al menos los sueños donde todo es un fumar y la realidad, por hermosa, queda distorsionada. Era así más fácil conducir bajo los efectos de la intuición y ver los verdes de los semáforos del color de la apetencia; de ese modo se me permitía continuar con la ensoñación en que ha consistido el fin de semana. No ya por los Roys que ya cuelgan de las paredes, que también; no ya por haber dormido hasta quedar meritoriamente despachado, que también; no ya por la visita a los primos a los que tanto quiero, que por supuesto; sino que a eso del mediodía de ayer recibo un mail de la Croacia gallega invitándome al café que teníamos pendiente. Cuando un país lleno de guerra te invita a café hay que ser tan puntual como la identidad lo permita así que a las 18.30 el reloj que me llevaba estaba en Batalla del Salado guiándome con el poemario de Deb. Cargaba con los tres cuadros que dediqué y regalé a Guerra de Identidad y los nervios por conocer a una de las mejores poetas de mi tiempo me superaban.

Abandonada la acera subí al quinto de la Vukusic y, en seguida, quedé embriagado por su simpatía. Conocí, además, a Santiago Tena de amor y libertad mientras mis dos nuevos conocidos miraban los cuadros como si hubiera elección posible, como si pudieran separarse, que era mi descabellada idea inicial, como si acaso me pertenecieran y hubiera para ellos un regreso posible, como si a alguien se le ocurriera poner el Guernica en Tombuctú. Desde el principio Deb se decantó por el que yo llamo Mitad Gallega por el color, la inocencia, su parte tierna de los primeros besos… lo que no sabía ni ella ni yo hasta que los vi allí junto a su creadora era que existían fuertes lazadas que los unen y que por eso no deberían, bajo ningún concepto, quedar distanciados de la misma habitación que habitan. Asumida la orfandad de la que acababa de apoderarme (sí, ese estado frenético del huérfano feliz que se deshace de los padres que bien cuidarán mejor a otro niño que más lo merezca) charlamos en el salón-estudio-montaje del videobook de la actriz desde poesía, pasando por pintura hasta aterrizar en los territorios de nuestras mitades.


De Vuk puedo decir sin muchos miramientos que es guapa como largo es el día o que el día es tan largo para que a Deb le dé el tiempo suficiente para ser y mostrar lo maja que es. Su casa, acogedora como prolongación de sus habitantes, está llena de dibujos, recortes de periódico y libros por todas partes; ponedle a todo esto un poco de jazz de fondo y tendréis el mejor ambiente para un café que espero no sea el último.


Lamenté lo que siempre lamento en mis primeros encuentros con cualquier ser vivo del planeta: mi timidez, mi poquedad, mi planicie; yo el olvidado de mí, el apocado de sí, el que no es él ni cualquiera de sus mitades, el ausente, el que está allí y asiente pero escucha poco sin entender ni palabra y observa el tiempo desde la cámara lenta de su concisión, el que mira poco a los ojos o los mira a veces, el que al principio suda a 30 grados bajo cero, el que necesita 13 encuentros al menos (o 13 cubatas al menos) para empezar a mostrarse; yo, que soy parálisis de mí mis primeras veces, yo, el paralizado.


Al final de la velada me dedicó sus dos libros que no olvidé llevar y yo, es decir, mi espesura, mi blancura mental escribió algo detrás de los cuadros que le devolví pues ya me fueron prestados el tiempo suficiente. Me fui no sin antes olvidar la manta en la que llevé envuelto el primer cuadro que me hizo guerrear así que eso me dio una segunda oportunidad para saberme cierto, allí en Palos de La Frontera, recibiendo todos los palos en todas mis fronteras, donde los pájaros observan con cautela el nido de la gallega que un día fue croata, de la Croacia imantada a fuerza de galicias donde se detienen a repostar los mejores versos que están saliendo de las mentes jóvenes que hoy respiran.


Regresé a casa, enmarqué el Roy que el día anterior me fue dado y empecé a hacer balance.


Cambié cuadros por café y lo que no sabe Déborah Vukusic es que ella, aunque no lo crea, salió perdiendo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me encantó conocerte, pedro, y un poco más de cerca comparto tu admiración por deb, en mi caso llena también del cariño personal que da la convivencia

un abrazo

Neorrabioso dijo...

Ah, momento digno de inmortalizarse.

Abrazos a los dos, a los tres.

Hasta pronto.