Cuando duerme
con los ojos grapados de intrusismo,
la vida es una guerra acorralada.
Basta mirarla para entender
que no hay calor que pueda transgredirme,
que amanece sólo por su pecho,
que hay una paz absolutamente innecesaria.
Todas las revoluciones
están en su barbecho
si todos mis sentidos
le calan la pestaña.
Salvado por su duermevela
despierta el mundo en camarilla
el subrepticio amor
de sus instantes.
Cuando abre los ojos,
con el universo romo y pleuresía,
la voluntad es un veneno miserable.
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