Tengo la suerte de encontrármela a menudo, cuando regreso a casa. Yo suelo ir ya en coche y ella caminando, bien desde el metro, bien desde la parada del autobús. Mira que hago un esfuerzo por no percatarme demasiado de lo que me rodea, por si aparece; así que suelo concentrarme sencillamente en el ejercicio de la conducción, mirar en línea recta, al horizonte siempre cortado por los edificios, pero cómo no mirar al lugar desde donde empiezan a curvarse los andares, cómo no mirar adonde la gravedad abandona su propia aceleración para hacer etéreas las cosas. Si la hubiérais visto... los miles de regalos que me hace sin darse cuenta. Hoy, sin ir más lejos, caminaba por un bordillo que da a un parque, forzando el equilibrio, con la mirada perdida entre sus pasos que seguían el guión de ese rocaje artificial: el bordillo con más suerte del planeta. Me olvidé de conducir y giré el cuello más allá de los trescientos sesenta grados para verla en toda plenitud. Qué estaría pensando, qué música estaría reproduciéndose en su mp3. Si la hubiérais visto... parecía que no estuviera en el mundo, que paseara por una viga hecha de nubes con sus manos balanceando una caída imposible. Si hubiérais visto la gracia con la que me he salido de la línea de pintura que me separa de todos los estruendos, si hubiérais visto la sonrisa triunfante ante el conductor de enfrente llamándome hijo de puta, si hubiérais notado la olla exprés de mi estómago tan arriba de cocido que estaba a punto de mariposearme los enseres, si hubiérais visto...
Cuando llego a casa y trato de ver cinco minutos la televisión no puedo, cómo iba a hacerlo, si tengo las paredes llenas de las imágenes que me regala y todo es una locura tan absorbente que soy incapaz de asumir la vista para otra cosa, de asumir el carboncillo para otro trazo; si la tengo en cada paso, en cada poema, en cada folio de un sinfín de cuadernos donde está tan bella en mi lápiz que me es superior la fijación para otra cosa, que no puedo, no puedo, no.
¿He inventado acaso una práctica aún más deprimente que el sadomasoquismo? ¿Es normal querer de ese modo, tiene sentido no afeitarse desde el último beso cuando quizá una de mis puntas haya penetrado en su carne fina hasta llenarse microscópicamente la cúspide de la sangre más roja y más hermosa del universo? ¿Tiene sentido reventar así, llenarse así, tiene sentido, tengo sentido, tienes sentido, tenemos sentido?
No, claro que no; yo me niego, tú me niegas, yo te regalo el presente de indicativo de la negación.
No y no mil veces.
Pero madre mía, si la hubiérais visto...
1 comentario:
simplemente maravilloso
solo llegue aki por casualidad y me sorprendi con su contenido
solo buscaba ideas para los dibujos de mi hija y me kede pegada en estas lineas y en sus creaciones
te dejo un gracias
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