Tengo un azul que se llama halcón milenario y tengo un amarillo que se llama lunar. Ambos están ahora en mi puerta.
Esta mañana en el trabajo me han llamado corazón. Me han dicho: gracias corazón y así he llamado a mi rojo, tal cual: gracias, corazón.
Pero el gris, dios mío, el gris, lo educado que hay que ser con él, pues tiene doble personalidad y hay que abstenerse de llamarlo mulato, eso nunca. De gris ha sido el fondo de la suerte salomónica, no podía ser de otra manera pues no hay color más desdichado ya que, de tanto absorber la luz, la proyecta toda y se queda a medias en ambos casos, pobre gris, nunca tiene claros los rayos que atrapa y los que se le distraen. Ha sido necesario acariciarlo con suma precaución para que no se marchara.
La madre del gris es blanca toda y el padre es negro como el cuero; y la mezcla es un milagro siempre, un milagro.
Si todo sale bien mañana estará la puerta puesta en su sitio, habrá que cubrirla con algún policarbonato y no sé nada de extrusión.
Todas las ideas de aves y piscifactorías, junto con la de los cuerpos que se dan la mano y los amantes que se abrazan están geométricamente sugeridas, pero habrán de aparecer en próximos murales.
Ahora sólo pienso en la mujer polaca y toda una banda de jazz se me ha metido en el ojo. Voy a seguir trabajando hasta que se me salga de la córnea la batería que se me ha metido adentro.
San Blas tiene forma de violín. Y esto es así: la vida, el arte, son un milagro.
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