Ha muerto Alvite, esa clase de
hombre para quien la muerte no es más que una mala postura con la
que matar el rato.
Hace
años un buen amigo me regaló Historias del Savoy
por mi cumpleaños, tengo amigos que me quieren mucho: Cuando
leí este libro me enamoró su atmósfera, su olor, su música... El
Savoy es un lugar en el que la mejor manera de ver es apagar la luz y
dejarse llevar... me escribió
en parte de la dedicatoria. Atravesaba yo uno de esos momentos en los
que todavía fumaba (mucho) y bebía (bastante) y qué mejor que
recomendarme a Alvite para mantener la buena racha.
Me
entristeció la noticia cuando la leí esta mañana, ya sabía que
padecía cáncer de pulmón, él mismo lo contaba en un tweet en
septiembre de 2013: El cáncer parece que llama a mi
puerta, y aunque me niego a abrir, temo haber dejado la llave en el
felpudo.
No sé cómo
narices conseguía hacer humor de hasta lo más doloroso. No es que
el cáncer le llegara por sorpresa, era un gran fumador, pero hasta
para eso tuvo su toque de humor macabro y al mismo tiempo sutil, como
era el jazz de su escritura.
Lo hermoso de la mala vida es que en
los momentos de aflicción y desesperanza, a las criaturas del
arroyo, como a los lectores del periódico, siempre les queda la
posibilidad de limpiarse la sangre con la leche del desayuno.
Lo escuché después
muchas veces en el programa de Carlos Herrera, era un hombre en cuyo
cerebro el ambiente estaba tan cargado que casi no se veía el
humo. Empecé por aquella época a escuchar a Coltraine y aprendí
a llorar tan bien como Billie Holiday el Strange Fruit que ocupaba
únicamente mi corazón. Era la clase de hombre que compra un
billete para el primer tren que haya partido.
Otro amigo, muy
normal también, nos regaló por entonces un ratón. Y al ratón lo
llamé Savoy. Pareció convertirse inmediatamente en uno de los
personajes del lugar. Casi todos los días se escapaba de su jaula y,
aunque colocamos una barrera metálica alrededor de la misma,
aprendió el modo de saltársela. Tras dos intentos de suicidio (le
encantaba subirse a las cortinas y lanzarse con toda alegría al
suelo cuando andábamos buscándolo), al tercer intento consiguió su
objetivo. Se ve que asomándose un día a la terraza, sintió que era
un gran momento para intentar aprender a volar. Y voló, como la
mayoría de los mamíferos sabemos hacerlo.
Más tarde fue Isel
la que me hizo comprender que la distancia más corta entre dos
puntos es un bolero. Es una de mis partes preferidas del libro:
Un bolero es mi máxima velocidad sin que dé negativo mi corazón.
Además, muchacho, no conozco otra manera más elegante de tomar
rehenes. No hay preguntas. Tomas a una mujer en tus brazos, muchacho,
y no tienes que justificarte. El bolero es una coartada. Os vais al
centro de la pista, donde suena más fuerte el sofrito de los pies
que bailan, amigo mío, y entonces le haces sitio a su cuerpo en el
tuyo. Nunca te habías sentido así. Un bolero es el sitio en el que
mejor te sientes desde hace años. Y ella ladea la cabeza en tu
hombro y el olor de su pelo perdona tu pasado. Y comprendes que un
bolero es la manera de apagar la sed con esa melena río abajo de la
mujer cuya respiración redunda en la tuya.
Con el tiempo,
aprendí algo más del maestro: Tarde o temprano comprendes que la
mejor cualidad de un hombre suele ser una mujer.
A Alvite lo voy a
echar de menos, era uno de esos escritores que le cantaba al amor
con la infinita amargura de quien ha dejado de creer en él.
Voy a llamar a mi
gran amigo, el que me regaló estas historias. Me parece que hoy es
un gran día para brindar y pensar que un hogar sólo es una buena
excusa para volver tarde a casa.
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