Esta mañana me llamaba mi padre para contarme que unas 5000 toneladas de pepinos riegan las costas granadinas por los agricultores motrileños que se quejan de los 3 u 8 céntimos que les pagan por kilo recogido cuando todos sabemos cuánto cuestan en las tiendas. Me llamó para decirme que tenía que escribir algo sobre eso, que tenía que darlo a conocer, él que tanto tiempo ha trabajado en esos campos para permitirme a mí elegir las palabras que para ellos es desesperación. Tengo muchos amigos que sufren esos bajos precios, que casi no les llega para la siguiente cosecha, no podía menos que solidarizarme con ellos y dedicarles unas palabras, aunque a casi todo el mundo esto le importe un pepino, nunca mejor dicho; aún así, ahí va, alguien tiene que decirlo, lo podéis buscar en las últimas noticas, yo lo verso, yo lo canto, qué mierda joder, estoy harto, harto, de tanta injusticia, de tanta desazón para uno mismo, de tanta noticia horrible, y de tanto silencio, dónde estás Miguel Hernández para susurrarme qué decir ante esto, dónde estamos joder, dónde coño andamos todos, qué sillones, qué asientos habitamos, de qué ocios nos llenamos para desaparecer ante las convulsiones. Y reconozco la belleza de los poemas de uno mismo y la fealdad del que os comparto, este manifiesto sencillo que muestra que nada avanza, que estamos estancados en el niño yuntero y que preferimos versar los polvos de las últimas noches, el pechazo de la vecina, el día que me compré la consola... me importan un pepino las mamparas cotidianas, sólo me provocan curiosidad, yo llamo a la guerra al poema, yo quiero el uppercut de las estrofas, soy el masoquista de los versos puñetazo. Los poetas deberíamos salir también un día a tirar 5000 toneladas de mierda poética y empezar a plantar objetivos. No quiero lo social ni tampoco lo cotidiano, sólo la convulsión, sólo el querer comerme el papel nada más ser leído. Hoy comeremos rellanos y barbarie, pero os aseguro que en un tiempo no comeremos pepinos de Granada, ahora son la arena de la injusticia.
Soy muralla, llevo las pinzas del poema clavadas en el escroto de la desconsideración.
Reconozco el verdor de vuestras manos,
el ronquido de azufre del invernadero,
sé que llenáis hectáreas de plástico
para manteneros en la pobreza.
El vino de la costa adormece el rencor
y aún así madrugáis a las cosechas
y regáis las tierras secas
y de las raíces cuelga el desamparo.
Verde que te quiero paro,
verde el cobre del pepino,
las playas mecen los subsidios
del Motril de los desgarros.
Tanta tonelada sin destino,
y tanto grito jornalero,
las murallas son excesos
del clamor del desatino.
Mirad a los hombres asesinando sus plantas,
con qué gracia acribillan sus regaderas,
fijaos en el aullido imposible de sus pancartas,
sus tractores abren su llanto como la flor.
Si sus kilos ya no son de la peseta,
y el céntimo les place el resquemor
y la mentira se multiplica por cincuenta
y aún así, maldita sea, dan gracias al señor.
Jornaleros de Motril, armaros
más allá de la paciencia,
mirad los surcos de las manos,
armarios, cajones de inocencia,
salid a fuerza de disparos
poned tomates de trincheras
y dadle patadas al señor.
Que aún nos quedan señoricos
que se llenan la barriga de pobrezas,
que se limpian de los dientes las lentejas
que vuestra espalda cultivó.
Y sí, acumulad vuestros años de estrategas,
que se metan los pepinos donde les quepa,
que vuestro silencio les arrugue la corbata
y manchen de justicia vuestra hoz.
Mandad el conformismo a la mierda,
alzad vuestras azadas al hedor,
les importa un pepino vuestra queja
de apocado y derrotado agricultor.
Os reconozco el verdor hermanos,
la estrechez de vuestros bolsillos,
os mando la cúspide, el ánimo
de vuestra pirámide de pepinos.
Y que no desfallezcan los látigos
ni las rebabas
de los cuchillos.
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