miércoles, 11 de noviembre de 2009

Pandemia

Yo sé bien el gemido de la náusea,
el ladrido llano de las cornetas,
el alarido de los toneles sin edad
que envejecen el rol con sus tripas.

Como si fuera justa la calvicie
de lo poco,
yo le sumo la tempestad
de la alondra.

Ese es el argot de los sumisos,
así,
como el terreno que mete su cabeza
en la avestruz.

Por eso reclamo las alquimias
de las pompas de jabón
que se tornan acero
y calmo las alambradas
del telar.

Administrad los corazones de mil hombres
y veréis cómo estornudan su cenizo,
dadles de comer
y sabotearán los rellanos.

La crisis, la tisis, el iris
son la moria grande
de los bidones del rechazo.

Escribid, malditos griposos
del mañana,
ponedle punto y final
a vuestras fiebres,
orfebres, sin pausa,
olvidaros de la poesía
del medallón.

Que sólo nos salve la palabra
y le den por culo a la inyección.

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