de domesticar la pesadilla,
la cama es una caja de cerillas
y tu cabeza es inflamable
si se raspa.
El despertar es, a veces,
un consolador;
como pasar de la cárcel
al psiquiátrico
o esquivar un tren
para ser arrollado
por manadas de locomotoras.
No hay forma, no,
de calmar la sinopsis
de las camisas de fuerza
en las premisas de fuerza
en los tules maníáticos
de los microscopios.
Por eso sueño con catalejos
y de la herida veo lo grande
que podría haber sido,
del monstruo admito lo increíble
de haberse entrenado
y duermo calentito al aliento
del dragón.
Es que no hay manera, no,
de evitar las vigilias de vaho ferretero,
la tranquilidad del candado abierto,
la asfixia de saberse en otra alambrada
donde se extiende otro campo de candados
donde en cada candado hay otra alambrada
y todo es una náusea de llavero,
ese instrumento pendenciero
que permite perder todas en una
la amistad de las bisagras.
Me calma al menos el universo,
ese saber de galaxias que circulan,
ese sistema planetario que gira,
donde los satélites giran
y las personas giran
y las células giran
y los electrones giran
y los quarks giran
y casi nada es, en serio,
lineal.
Y vivir es eso:
sobreponerse al tiovivo
y dedicar tus lunes
al desmayo.
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