En pleno invierno escucho a viva voz Summer 78 de Yann Tiersen mientras bebo el peor champagne de todas las cosechas. Los días octogonales merecen cierto respeto y ocho celebraciones como mínimo; me declaro polígono y me pongo a escribir sin la necesidad del relato, sin el llamamiento de la poesía, me pongo sin más a la luz de los mecheros.
El día estaba hoy tranquilo en el hospital salvo ciertas averías de módulos cansados que de tanta electricidad se me manifestaron de puro agotamiento. Les hice breve declaración de los derechos que no poseían y pronto, cabizbajos, regresaron a su labor continuada contra los incendios. Empezaron a cuadrarse mientras tanto en la mente los dibujos de los que quiero acompañar mis poemas hospitalarios hasta que a mitad de la mañana me llamó uno de mis jefes para que fuera a la cafetería del lugar porque tenía algo que darme. Era la cesta de navidad con sus vinos y sus turrones, sus melocotones y sus cajas de polvorones, sus espárragos y chorizos y otras cajitas tan bonitas que de hermoso embalsamamiento me entra cierta nostalgia su apertura. Me hizo mucha ilusión, es la segunda cesta que recibo en mi vida y siempre la guardo para compartirla con los míos, aquellos de los kilómetros de nuestra distancia, los que, no por ello, respiran junto a mí sincronizados. Le comenté a mi jefe y otros compañeros de trabajo el hecho de que la semana pasada se pusiera en contacto conmigo la redactora jefe del periódico Majadahondahoy interesada en publicarme mis poemas del hospital universitario Puerta de Hierro en su diario. No he accedido aún a la posibilidad pero el hecho de saberlo, no nos vamos a engañar, me hace ilusión; a pesar de los árboles que nunca quise taladrar en mi nombre; yo, el olivo estornino, yo el tronco sin corcho a medio abotargar.
Nada más poner los pies en la calle donde los coches aún mantenían compungidos la escarcha de los fríos, me llaman desde la dirección general de la juventud que ha sustituido las oficinas de artejoven para declararme el encuentro del dossier que hace tiempo entregué para adjudicármelo de nuevo ante la terrible pérdida que ha supuesto que ya la comunidad de Madrid no se preocupe de la extensión de los artistas jóvenes en términos pictóricos, pero sí, menos mal, poéticos. Llego a casa tarde y con el cansancio acumulado de toda la semana. Nada más encender el ordenador encuentro muchas posibilidades poéticas que me encantaría acompañar pero que de puro agotamiento me son imposibles. Me apetece escribir, me apetece dibujar, me apetece hacer todo aquello de lo que hace poco me he desprendido para serme aún más autosuficiente y me culpo de avaricia. Me he dado cuenta en los ocho vértices de mi tristeza alegre de hoy que me estoy dejando robar las inspiraciones, que me estoy permitiendo gratuitamente el desnudo para vestirme de otros ropajes que para nada reconozco y que la pintura ya no es lo que era y que la poesía ya no es lo que era y que el sueño ya no es ni atisbo de lo que fue. Todo eso unido a la marcha de mi compañero de piso que hace poco se me fue se me ha atragantado hasta la médula y casi me echo a llorar con el hambre de los senegaleses y la caída del andamio de todas las patrias neorrabiosas; o sea, de ningún estornudo territorial, y he visto tan de cerca toda la tierra que no me pertenece, he visto tan concretas las banderas que no celebro que me he derrotado en el sofá de todos mis infiernos hasta quedar dormido de tristeza. Nada más sobrevenirme he escuchado la entrevista que le hicieron a Batania en Poetas en el aire, el gran programa vallekano que rescata de los suelos las letras más hermosas y actuales que nos suenan y eso me ha levantado el ánimo. En seguida me he obligado a crear hasta enternecer algo tan hermoso que pudiera derrotarme de nuevo pero esta vez de felicidad. He colocado el Sueño de amor de Liszt tan estridente como para volver locos de amor a todos los vecinos y me he decidido a dibujar. Dibujar es fácil si lo que te motiva rompe con sus cúspides todos los equilibrios y no dudé un instante, elegí a Ivonne.
Ivonne es una chica a la que di clases de Dibujo Técnico el año pasado; relatar el minúsculo encuentro de la primera vez que la vi me llevaría décadas así que me limitaré a decir que contiene en sus ángulos la exquisitez del martillo de Miguel Ángel y que sus ojos guardan los secretos de Leonardo; no estaría de más sumar a los torbellinos que El Bosco enloqueció de Apocalipsis al mirarle la doblez de los labios y que el pelo caído sobre los delgados hombros tiene la textura dorada de Klimt. Y, aunque me quedo pequeño en las exageraciones, debo decir que tan glorioso entusiasmo no podía dejarlo pasar así que me encaminé sin pensarlo en la tarea que supone plasmar tanta belleza en los papeles que tengo vacíos de mí y que, como los módulos incendiarios, se me habían declarado tiempo atrás en huelga de hambre. Para intuirle la silueta es requisito indispensable escuchar la Sonata en claro de luna de Beethoven, y así hice. Para amenazarle las cejas no hay nada como el Summertime de Janis Joplin y quedarán perfectamente perfiladas si además Jimmy Hendrix acompaña con su guitarra. Para sonsacarle los lóbulos de la nariz era imprescindible el Gymnopédie de Satie e imposible tarea la de tararearle el mentón si no es por el All Dressed Up de Damien Rice. Luego están los ojos y para atreverse con tal cosa uno sólo puede armarse de valor dando un largo sorbo al Ribera de Duero mientras suena el Do en Sostenido Menor de Chopin. Los labios son otra cosa, por mucho que se busque no hay melodía capaz de atreverse con tal amenaza, sólo Broken Glass de The Gathering o la canción de la que se acompaña Vukusic en el videobook de Guerra de Identidad: Closer de Kings of Leon, permitieron que el lápiz afilado se adjudicara ciertos aciertos en tal aglomeración. Una vez condensada la inquietud artística en la representación en perspectiva cónica de los rasgos impresionantes de la arquera me decidí a escribir y aquí me tenéis.
Sí, sé que en este momento se está presentando el cuarto número de Pro-vocación en el Bukowski o que Déborah Vukusic seguirá respirando o que el cabronazo del Batania estará maquinando en sus energías los despropósitos de todos los versos que me arruinarán, pero yo me esfuerzo por cosas así, yo soy mi propia pandemia por los contagios que ellos me suponen y pienso adquirir sus edades con los metabolismos que los mantienen en pie. Yo los admiro y un poco, sólo a veces y a través de gente como ellos, me admiro a mí y miro mis lienzos como si verdaderamente fuera yo el que los hubiera trasladado a la planicie, también me levanto de infecciones al reconocerme sustitución de los entrecejos.
La poesía ha vuelto y Batania tiene la culpa.
La pintura ha vuelto y Vukusic ha sido la culpable de la identidad.
Nino ha vuelto y es Ivonne, la Iratxe batánica, la Vukusic croata, la que me usurpa.
Yo sólo encendí el flexo y me dejé rodar.
1 comentario:
Ahí, ahí. Nos lo pasamos bien ayer, en la presentación de PRO-VOCACIÓN. Enhorabuena por esos poemas y por la posibilidad de publicarlos en ese periódico: ahí sí que llegarás a mucha gente.
Abrazos.
Hasta pronto.
Publicar un comentario