domingo, 6 de diciembre de 2009

Un relato: La antena


Les dijeron que el pequeño Alfonso estaba a punto de nacer así que esperaron durante horas en el escalón de la casa mirando la antena que se levantaba en el valle. Verdaderamente a cierta distancia la antena parecía un pájaro inmenso apoyado en una de sus patas y Floren y Ace contemplaban casi sin parpadear aquel trozo de hierro estático:


- Seguro que sha desorientao, deberíamoh acercarnoh pa decirle que eh aquí.
- Sí hombre, se asuhtaría y en la vida me perdería ehto de veh una cigüeña.
- Bueno, noh turnaremoh, ahora tú la mirah un rato y yo te cuento cosah. Luego yo haré lo mihmo. Ademáh eh tu hermano, asín que tú empiezah.
- Venga vale.


Los ojos de Floren se abrieron de tal manera concentrados en la contemplación, que una pequeña brisa de aire se le metió entre las cuencas e hizo que las preciosas esferas coloreadas de miel en su centro se cerraran nerviosamente sin perder en ningún momento la perspectiva hacia la que se orientaban. Era la primera vez que tenía un hermano, estaba deseando de que naciera y, aunque le daba un poco de asco, se prometió que ayudaría a su madre a lamerlo nada más llegar, como había visto hacer a las vacas.


- No sé si sabeh Floren que la cigüeña... bueno... no te lo he contao antes pa que no tasuhteh...
- ¿El qué...? Dime.
- Pueh ná, que la cigüeña eh máh mala que un demonio. Cuando nació mi hermano mi madre daba unoh gritoh que paqué.
- ¿Y eso... por qué gritaba tanto tu mama?
- Se ve que el pájaro pues le coge cariño a loh niñoh que lleva y luego al final se arrepiente.
- Pero... ¿qué mah le da? Si casi tol rato están naciendo chiquilloh en toh laoh.
- Ya, yo que sé, a la vecina le pasó iguah, así que dile a tu madre que cuando venga el Alfonso que grite mucho y veráh cómo el bicho se va pronto.
- Vale, se lo diré.


Floren se levantó dejando a Ace a cargo de la vigilancia. Le daba un poco de apuro acudir al dormitorio de su madre cuando les habían dicho que esperaran en el escalón vigilando a la cigüeña, pero le quedaba la tranquilidad de que su mejor amiga estuviera al tanto de los acontecimientos. Subió tan rápido como pudo las escaleras y cuando alcanzó el último escalón se dio de bruces con su padre.


- ¿Ande vah...? ¿No temoh dicho que te quedeh allí abajo con la Ace?
- Ya papa, pero eh que tengo una cosa mu importante que decihle a la mama.
- Bueno, pueh dímelo a mí, que tu madre está mu nerviosa ehperando con la Catalina.
- Dile que cuando llegue el pájaro que grite, que grite mucho, y que no se preocupe, que como se lleve al niño la Ace y yo noh tiramoh a por ella.


A Sebastián se le quedó una cara entre la risa y la condescendencia, se dio media vuelta mientras con el rabillo del ojo veía a su pequeña dando saltos al compás de sus coletas mientras bajaba los peldaños.


- Floren, Floren... la víhgen, ha pasao un tractoh al lao y ni sasuhtao ni ná. Eh enohme.
- ¿Pero no sa movio...?
- Ni chihpa.


Los ojos oscuros y alargados de Ace se estiraban cada vez más buscando el enfoque que le impidiera perder ni un segundo del punto que vigilaba. No era la primera vez que trabajaba con tanto ahínco en los andamios de su curiosidad; tiempo atrás ya se había embarcado en la búsqueda de satisfacer sus inquietudes, pero era más pequeña y no contaba con la compañía de su amiga, ahora sabía que no se les podía escapar. Las dos estaban nerviosas y contentas, no sólo por la nueva vida con la que podrían jugar a ser madres sino por la ilusión de ver las alas enormes del pájaro que les traería ese nuevo ser.


- Bueno... ¿y cómo se lah apañará la cigüeña pa traeh chiquilloh que ademáh se parecen a sus padreh?
- Anda que tú también... pueh mu fácih, a veh... ¿tú no le pedihte un hermano al niño Jesúh?
- Pueh claro.
- Pueh el niño Jesúh lo ha hecho parecío a tuh padreh. Mi mama dice que mi hermano es igualico que mi papa y que yo me parezco máh a ella.


De repente y a través del portal les llegaron los gritos de Juana, la madre de Floren y ambas se asustaron.


- ¿Véh... ? Con la tontería noh hemoh dehconcentrao y ya no hemoh visto a la cigüeña.
- Siempre me pasa lo mihmo.


Las dos muchachas se asustaron mucho y se dieron la mano, sabían que tenían que seguir las órdenes de los mayores y permanecer a la espera. Aprovecharon para mirar a través de la ventana donde estaba la madre y no vieron nada, luego fijaron sus miradas al cielo pero ni sombra del pájaro. Entonces a Floren le dio por mirar al punto desde donde se alzaba la antena.


- ¡Mira nena! La cigüeña sha ido al mihmo sitio.
- No veah qué rápida.
- El llanto de un niño se expandió a través de toda la casa y el altavoz del portal emitió sus chillidos hacia la calle donde las dos niñas se abrazaron y dieron saltos.
- Lo ha conseguío, mi mama ha gritao tanto que no ha durao ná.
- ¡Qué bien, qué bien, amoh a vehlo!


De pocas zancadas atravesaron la calle, se metieron en la casa y subieron las escaleras. Al abrir la puerta del dormitorio Juana sostenía a un niño empapado en sangre entre sus brazos. Crearon tanto alboroto que los borregos del patio de al lado se pusieron a balar descontrolados dando así la bienvenida al pequeño Alfonso. La madre estaba tan apurada entre sudor que Floren pensó que debió gritar como una descosida y se sintió orgullosa de que venciera al pájaro malhechor. Miraron al niño con los ojos entre la niebla y las ascuas, Se tumbaron en la cama junto a él y empezaron a lamerlo.


- Anda niñah, iroh un rato a la calle, que Juana tiene que dehcansar.


No les gustó mucho la idea pero obedecieron sin rechistar. Regresaron al escalón de sus encuentros y miraron de nuevo el horizonte. La cigüeña seguía en el mismo punto con sus aires de flamenco.


- Nena, ¿tú creeh que querrá venih de nuevo pa llevarse al Alfonso?
- Puede seh.


Y allí quedaron hasta que los ojos se les cayeron de sueño y las cabezas se les juntaron de cansancio en el apoyo de los miedos que compartían. Impasible, la cigüeña ficticia las miraba desde su metálico pedestal. No iban a dejar que les quitaran a su Alfonso.


Tarde, muy tarde las fueron a recoger.


Por la noche soñaron con antenas.

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