Rumiando la deformidad del unicornio
en mi estómago de mil plazas
donde fermentan los espectáculos,
limpio el teratoma del mundo
con la leche a medio evaporar
del vértigo del ammonite
enrollado sin fin
en mi palabra.
La admirable moralidad
de la pinza de tender,
más inofensiva que el braquet
del hombre de negocios
para con la teta seca,
(la teta parecida
a la silueta territorial
de África,
la teta parecida
al ojo,
el ojo reflejado
en las vidrieras oculares
de las moscas)
habrá de tender su boca
en las cuerdas del paisaje humano:
panorama bélico
como el cañón.
Y el moho sobre la corteza
de una vaca a punto
de caducar
olvidada entre los pasos
llenos de pastos
del sentimiento patriota,
habrá de obstaculizar
el ondear de los colores
del histriónico apego
de las ignorancias
hasta hacer comestible
el bacteriano fusil
de la bandera.
Entonces,
digiriendo la bipolaridad del universo
en mi estómago de mil trampas
donde la corrosión de úlceras bipartidistas
menstrúan sus períodos entre espectáculos
de títeres a medio degollar,
descargo la manía de cuestionar el plasma
con el aguijón a medio hincar
de la náusea del escondite
huido sin fin
de mi palabra.
Reciclados de basuras
nos limitan las bolsas.
Unicornios deformes
llenan el cielo.
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