viernes, 26 de marzo de 2010

Amatoria evasión

Amar tan intensamente que te corra peligro la locura tiene la ventaja de que, con ello, puedes decir que has vivido y tiene al mismo tiempo el escándalo de la perdición. Y si el mundo funciona, si el semáforo marca con absoluta sincronía las pautas de nuestras libertades, es sencillamente porque no hay ni la más mínima marca de amor puesta en ello. La electrónica digital, de hecho, es una de las máquinas de desamar más potentes que ha inventado el hombre que nunca leyó poesía. De hecho un día los circuitos creerán saber amar del mismo modo en que creen saber amar la mayoría de los seres humanos y el amor, al fin, será binario en lugar de universal. Y podrá cuantificarse y será reciclable literalmente y será tan sustituible y francamente desechable que desaparecerá entre los nervios hipersensoriales de diminutas fibras ópticas que nos congregarán a obviarnos.

Pero, lejos de desastres apocalípticos, yo amo tanto tanto sin apenas dar cuenta de ello que a veces creo, sinceramente pienso, que todo este ardor de estómago, ardor similar metafóricamente a una panzada de cocido que amenaza con hacerte reventar, ardor tan sin escrúpulos que se te repite a la manera de la docena de cebollas impuestas a digerir; es, sin lugar a dudas, la prueba irrefutable de estar vivo más allá de las infinitesimales muertes que me permito, también metafóricamente, cuando todo ese amor, igual que una ráfaga de bofetadas, me es arrebatado o impedido y tengo la movilidad chica y pegajosa del molusco.


Este amor del que hablo es tan verdadero que jamás lo expreso abiertamente a nadie, a veces hasta a mí mismo me lo callo y me lo escondo a sabiendas de mi mala memoria para con él con la intención de que, de ser hallado de pura casualidad, regresen a mí las minuciosas arcadas de sus detalles diminutos que se me cuelan por los nervios hasta casi hacerme salir de la punta de uno de mis ojos las lágrimas espesas de la alegría que supe aguantar. Tan incondicional es que resulta ser igual a un pozo contra la lista y un recorte abrupto hacia la planificación. En esencia, consiste en dejar aflorar con la naturaleza del paisaje los vivos sentimientos que me provocan ciertas realidades que mi cabeza sabe distorsionar debidamente, cosa difícil, pues es necesario tener un tumor que es, en realidad, un corazón, agarrado nanométricamente a cada una de las dendritas y dejarse arrastrar sibaríticamente guiado por él hasta los profundos desgarros de la ataraxia. Esto me safisface aún más que dormir y es en ese límite, donde la realidad se me destroza tanto a mi entender, que la entiendo verdaderamente como una estampida de colores que rebota contra todo y viene hacia mí.


He de decir que se trata del amor más inmoral y menos físico que cabe imaginar; pues en él caben todas las depravaciones del sentimiento como objeto y toda obscenidad poética dejada con elegancia sobre su rostro es tan deliciosa que lo mancillan hasta que se gasta de tan intocable como me es. Así, de tan inmoral es tan puro que me entrego a él con tanta facilidad que yo mismo me limpio en él tantas veces de mí que parezco una patena. Y al mismo tiempo es tan físico espiritualmente que empiezo a creer en los fantasmas a los que tantas veces hago este amor del que jamás me privo.


La única condición que este amor pone a gritos de entre la lista vacía de sus imposibles adjudicaciones es que siga existiendo aquello a lo que implora y a este amor le basta, por ejemplo, la boca a medio abrir de Sandra una tarde de verano, el rizo a medio peinar de María José las noches de discoteca, el ojo egipcio a medio entornar de Meryan mientras mira la lentitud de las galápagos, la pestaña a medio abanicar de los abanicos erizados de Virginia a medio nacer, las manos a medio extender de Ivonne al piano tocando el principio, sólo el comienzo de la elegía op. 3/1 de Rachmaninoff...


Cuando, de pura casualidad, uno ama así, tan intensamente que está al borde del colapso, sólo puede huir, coger el coche, llenarlo de gasolina y avanzar a la velocidad del verso hasta los kilómetros cúbicos del trozo de mar más cercano capaces de soportar en las presas naturales y tectónicas de su garganta la lágrima minúscula de inmensa emoción que te corroe por dentro obligándote a escribir. Y la huida es tan hermosa que te ves a ti mismo sólo unos siglos detrás buscándote y juegas al escondite con tu propia paradoja y nadie sabría encontrarte por cerca que quede la siderurgia que ahora eres pues estás tan soldado de amor que eres náusea en el asentimiento y pareces una estampa que sonríe a los rieles.


Y luego, más tarde, si acaso unos microsegundos después de ese milenio de amor que te ha atravesado; cuando todo te desaparece y ya te has escondido de ti tanta suerte de navajas, deseas, con el mismo deseo con que te fusionaste en esa inmoralidad, deseas ser el más pequeño de los circuitos electrónicos del radiador.


Entonces pintas o versas y en el mundo ya no existen los pianos.


Eres tú, otra vez tú contra ti.


Tienes el amor tan binario que está a medio unificar.


Estás jodidamente enamorado, perversamente enamorado.


Y no hay cojones, qué cojones va a haber.


Estás
a
co
jo
na
do.

1 comentario:

Unknown dijo...

es genial! como todo lo que haces :)