Me retan.
Hace unas semanas me encargan que pinte una puerta. En cuanto veo la intención de la pintura pienso en La Alhambra y mantengo el pensamiento durante dos días. Leo artículos sinfín sobre los mosaicos, sobre las técnicas arábicas matemáticas, seguidamente pienso en Escher y desempolvo El espejo mágico del autor, lo leo dos veces, más vale que sobre. Pienso en mi Granada hermosa, pienso en mi Granada, pienso, por tanto, en el sello de Salomón y en los patios llenos de rugidos. No quiero jugar a ser Escher porque sólo viajaría unas décadas; decido en cambio besar la seda de imposibles princesas moras. Cojo el lápiz y me digo: Abenámar, Abenámar/moro de la morería/el día que tú naciste/grandes señales había... Me acuerdo así del primer romance que memoricé allá por la infancia. Limpio las reglas, las materiales y las sísmicas, las limpio detenidamente, las seco con premura, las abrazo y me pincha con treinta grados el cartabón; la escuadra es verde, verde. No es lo mismo ser verde dos veces que una sola, no, no es lo mismo. Sentado en la silla frente a la mesa miro el gotelé y en él se me forman todos los letargos que me son necesarios para entregarme a la prueba de mi máquina del tiempo. En cuanto saco punta al lapicero viajo ocho siglos exactamente, ocho siglos.
Ahora todo el mundo está azulejado. La lámpara encaja perfectamente con un saxofón, el saxofón tiene la curva de un cenicero, el cenicero podría agarrar una impresora, la impresora tiene sueños de silla, la silla se asienta sobre el horizonte o, lo que es lo mismo, el horizonte se asienta sobre la silla. El horizonte tiene cuarenta watios de potencia, el horizonte es la bombilla de la lámpara y así, vuelta a empezar. Como los árabes de La Alhambra de Granada escuchaban seguramente a Mike Oldfield y a Sigur Ros, eso hago yo.
Elijo una metamorfosis sin genio, una metamorfosis honrada. Los rombos cuadráticos se convierten en sepias, las sepias en palomas, las palomas en peces que se muerden las colas, los peces en nueces, las nueces en campanas, las campanas en copas, las copas en elipses, las elipses en funambulistas, los funambulistas en amantes, los amantes en queridos, los amantes en agujeros de gusano sin compasión, las estrellas muertas en sepias, las sepias en palomas, las palomas en rombos, los rombos en regresión y vuelta al comienzo. La mirilla de la puerta será la mezcla inaudita y salomónica de la composición de todos estos elementos, de todos y cada uno. A pesar de la complejidad sólo he tenido que usar la regla de Frobenius para el cálculo de determinantes de orden tres con café con leche y todo va a ir sobre ruedas.
Me retan y más aún, me reto yo mismo. Perderé la vista de tanto naufragio al compás.
Feliz ciego contra el azulejo.
¡Escher, Escher.... ayúdameeeeeeeeeeee, me pierdoooooooooo!
2 comentarios:
Te voy siguiendo, te voy leyendo.
Abrazos.
Gio.
"No es lo mismo ser verde dos veces que una sola"
Super verde!!!! Me encanta!
Bss
N
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