Últimamente me limito a copiar algunos
de los fragmentos más interesantes de lo que estoy leyendo en un
momento dado y es lo que publico; pero el caso que nos ocupa hoy, el
de Charles Cros creo que dado lo especial que me parece y el
desconocimiento generalizado del autor merecía un breve comentario..
Charles Cros (1842-1888) fue poeta,
físico e inventor y seguramente un ser extraordinario, dadas las
evidencias que dejó, no sólo de su inteligencia sino más aún, de
su sensibilidad. Coetáneo de Verlaine o Rimbaud, a quienes conoció;
apasionado lector de libros de ciencia, nació en el seno de una
familia en la que el padre, por sus ideas republicanas en una Francia
imperial, tuvo que mantenerse alejado del mundo universitario y
conformarse con su modesta profesión de maestro de escuela.
Creó la revista La Revue du Monde
Nouveau, que sólo tuvo tres números y que prácticamente lo
dejó en la ruina, a pesar de la participación en ella de ilustres
personajes de la época. Creó la fotografía a color, concibió
antes que Edison la idea del fonógrafo, al que llamó paleófono y
del que mandó su idea a la Academia de Ciencias de París. También
ideó mejoras para el telégrafo y pensó en un mecanismo con el cual
pudieran enviarse señales a los planetas vecinos de modo que si
pudieran ser vistas dichas señales y existiera inteligencia en
dichos lugares pudieran los seres responder de algún modo a ese
grito del hombre desde la Tierra.
Lo incluyó Breton en su Antología del
humor negro, presentando el poema que más famoso lo ha hecho en
nuestra lengua: El arenque ahumado, pero creó muchos más y
mejores que ese.
Se vio venir, como hacen los poetas que
superando a su palabra se convierten en los videntes de los que dijo
todo Rimbaud.
Murió en el más absoluto olvido,
dedicándose a hacer el trabajo sucio en Le Chat Noir viviendo
como un vagabundo y destrozándose a base de ajenjo hasta ver verdear
las palabras. Decía Breton que sus dedos eran los de un inventor
perpetuo y que en el centro de algunos de sus poemas más
hermosos nos apunta un revólver.
He traducido, con perdón, dos de
ellos:
Quant nous irisons
Tous nos horizons
D’émeraudes et de cuivre,
Les gens bien assis
Exempts de soucis
Ne doivent pas nous poursuivre.
On devient très fin,
Mais on meurt de faim,
A jouer de la guitare,
On n’est emporté,
L’hiver ni l’été,
Dans le train d’aucune gare.
Le chemin de fer
Est vraiment trop cher.
Le steamer fendeur de l’onde
Est plus cher encor ;
Il faut beaucoup d’or
Pour aller au bout du monde.
Donc, gens bien assis,
Exempts de soucis,
Méfiez-vous du poète,
Qui peut, ayant faim,
Vous mettre, à la fin,
Quelques balles dans la tête.
A LOS IMBÉCILES
Cuando irisamos
todos nuestros horizontes
de cobre y de esmeralda
la gente cómodamente sentada
libre de preocupaciones
acosarnos no debe.
Nos volvemos agudos
pero morimos de hambre
al tocar la guitarra,
no se transporta
invierno ni verano
en el tren de cualquier estación.
El camino de hierro
es realmente estimado.
El cortante vapor de la onda
es más estimado aún;
hace falta mucho oro
para llegar al final del mundo.
Así, gente cómodamente sentada
exenta de preocupaciones,
no os fiéis del poeta,
que puede, teniendo hambre,
meteros, finalmente,
algunas balas en la cabeza.
Je sais faire des vers perpétuels. Les hommes
Sont ravis à ma voix qui dit la vérité.
La suprême raison dont j'ai, fier, hérité
Ne se payerait pas avec toutes les sommes.
J'ai tout touché: le feu, les femmes, et les pommes;
J'ai tout senti: l'hiver, le printemps et l’été;
J'ai tout trouvé, nul mur ne m'ayant arrêté.
Mais Chance, dis-moi donc de quel nom tu te nommes?
Je me distrais à voir à travers les carreaux
Des boutiques, les gants, les truffes et les chèques
Où le bonheur est un suivi de six zéros.
Je m'étonne, valant bien les rois, les évêques,
Les colonels et les receveurs généraux
De n'avoir pas de l’eau, du soleil, des pastèques.
Yo sé hacer los versos perpetuos. Los hombres
se maravillan ante mi voz que la verdad dice.
La suprema razón que yo, orgulloso, he heredado
no podría comprarse con todo el dinero del mundo.
Lo he tocado todo: el fuego, las mujeres y las manzanas;
lo he sentido todo: el invierno, la primavera y el verano;
lo he encontrado todo, ningún muro ha podido detenerme.
Pero, Fortuna, dime entonces, ¿cómo te haces llamar?
Me distraigo al mirar a través de los cristales
de las tiendas: los guantes, las trufas y los cheques,
donde es la felicidad una comparsa de seis ceros.
Me pregunto cuánto valdrían los reyes, los obispos,
los coroneles y los recaudadores generales
de no tener agua, ni sandías, ni sol.
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