Llego tarde por el trabajo, de hecho estaba tan cansado que no pensaba ir pero me llegó el pronto, ese estímulo que me faltaba y todo porque un coche se me había puesto delante en doble fila y no podía arrancar; si bien hubiera sido el último detalle para no acudir al evento fue lo que me impulsó a hacerlo. Tres tocadas enérgicas de claxon bastaron. Aparco cerca de la puerta de Alcalá y en un minuto estoy dentro, en mi adentro, mecido entre las manos nerviosas de la poesía.
Casi todos los presentes son jóvenes de palabra y mido la intensidad de los versos por el silencio de que se viste la sala y se me hace extraño el desnudo con que uno a uno exteriorizan el único poema que eligieron para transmitirlo y me imagino la labor que debió ejercer cada uno para llegar a la elección, incluso pienso en el sudor de las frases que ya nombraron y hoy nos nombran, con esa intención de regalo que discurre en las bocas que pronuncian.
Pero yo pensaba sobretodo en el silencio, apoyado de pie muy cerca de la puerta con la ilusión de que alguien la abriera y entrara una minúscula ráfaga de aire que me refrescara. Había poemas buenos y voces mejores que algunos poemas pero faltaba el silencio, esa ráfaga de falta de sonido que se queda sobre el aire cuando lo dicho nos ha embriagado por su enormidad. Entonces, casi al final, llegó Verónica Gil y nos regaló ese silencio y fue como si hubieran abierto físicamente la puerta y la espalda sudorosa hubiera recibido ese aliento joven, jovencísimo de edad y de palabra.
Y entonces Elena Moratalla, nuestra coordinadora, se da cuenta de mi presencia, y Martín Lozano al frente, y a la derecha Juliana, y me animan a salir y yo digo no tímido con las manos; y pienso que si no lo hago me arrepentiré después; tomo la decisión sin que nadie se me aparcara atrás ni tocar el claxon; pero justo cuando me dirijo al atril un hombre que se pasó la mayor parte del evento dormido y luego escribiendo en un cuaderno y del que me llama mucho la atención su atuendo extravagante y su mirada cansada pero de finísimo aguijón, se va seguro al lugar y nos dice que se siente orgulloso de su Colombia y nos recita unos versos de guerra y termina diciendo que si en verdad sentimos lo que él, por favor no aplaudamos... y así hicimos, silencio, mucho silencio, silencio callado de un aplauso que vino después. Entonces llegó mi turno: Hola, soy Pedro Morillas, el último fichaje del grupo Poekas... y luego dos poemas muy cortos de los que perdí el hilo tan pronto comencé a recitarlos. Supongo que aplaudieron, os juro que no escuché, sólo sé que el hombre extraño de llamativos ropajes me aplaudió vivamente asintiendo con la cabeza.
Y luego lo mejor de la tertulia: el breve encuentro, las cortas charlas, las felicitaciones mutuas, el compañerismo, los diminutos comentarios, los planes futuros... y un regreso a casa muy pequeño y el deseo de poesía y un sí, un sí como el de José Luis Rey, un sí inmenso, enorme afirmación que convierte en poetas a todos los seres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario