sábado, 16 de mayo de 2009

Galileo, Galileo, Scaramouche



Aunque no hubo cola para entrar al recital de mis versos, sí conté con la presencia de cuatro buenos amigos que hicieron que la velada acabara siendo hilarante. A ello contribuyó el hecho de que el aula que nos facilitó el Centro Cultural Galileo fuera la de música y hubiera un órgano en las inmediaciones. Y aunque ninguno de nosotros sabía manejar el instrumento, dejamos que la música acompañara a los versos mientras, por turnos, los colegas se iban sentando uno tras otro para hacer como que tocaban algunas de las melodías que el órgano contenía en su memoria. El resultado fue una hora entre risas y gracias de niños que acababan de descubrir el sonido que provocaban las manos al vuelo sobre las teclas. Guardé los versos duros y sólo pronuncié los que emito a modo de desahogo y pocas veces leo; me fue fácil hacerlo estando tan bien acompañado.

La vuelta a casa no dejó de ser surrealista. Armados de una fuerza superior nos dio por gritar a viva y exultante voz los nombres de las calles que transitábamos otorgando así a los andantes la precisa información privilegiada que les ofrecíamos con toda coherencia. La velada terminó en el bar de al lado de casa.

No sé si gustó la poesía, de lo que estoy seguro es de que ésta (y alguna cerveza que otra) nos embriagó.

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