miércoles, 20 de mayo de 2009

Espasmo

Sale la niña a la plaza cubierta de sus hermosos vestidos, con los ojos brillantes y el escote entornado, con una sonrisa en la cara, el pelo rizado, engominado, espejado, con participios en los pies y en la cintura, su cuello en disposición de beso, su pantalón recogiendo el ardoroso bulto del desnudo y con un corazón en las manos que en las manos es justo donde no está, mi corazón podrido en sus manos blancas y pequeñas, abiertas como una palma o un suspiro o un orgasmo mío o unas venas negras recorriendo el espacioso encanto de su río, su río hermoso y deleznable, el río encantador y vehemente y sosegado y cochambroso, el río muerto de las aguas muertas, de las aguas negras del espejo roto, del piano callado, del silencio… Y la niña pasea inconsciente de su nínfula de adentro, de su pelo erguido, de sus ansias pequeñas, de su detrimento primero, de su nada apocada en los escasos vértices de la estrella que me sale… y las notas se sumergen en un repetido contorno de compases y de piano y la saco a bailar y me baila, y me sumerge en sus apocados destellos, y me guía y la guío y le digo que me deje y que se pare en el beso primero del intento y me retiene en sus manos y mide el espacio que se queda entre los tacones suyos y me repite que me calle y que la bese al aire, que la bese a la luna que se muere, que la bese a la nada, que no la bese, que la deje tristemente volar al ocaso del murciélago. Y la dejo, y la veo marchar por un pasillo de colillas apagadas, y la veo pisar las colillas que apagamos en insultos y despechos y la veo pasear por los tumultos de cuanto callamos y la miro cuando se agacha para recoger su pelo y la halago cuando me muerde en la distancia, con ese beso suyo de la distancia, con ese espacio nuestro del no-beso, el no-encuentro, la no-nada.

Y me siguen tocando las notas del despecho, las no-calladas, las silenciadas a la fuerza, las del sordo ya acabado, y me sonrojo ante mi desnudo ante la muchedumbre que se me ríe y me apunta, y me grita desgarradoras palabras al no-oído y me derrito.

Me deprimo en las opciones que se me antojan de besarla para siempre o dejarla marchar para siempre y se me antoja hacer lo primerizo, el primer pensamiento para acercarme y decirle nada y mirarla sin mirarla nada y saludarla con la falange derruida por los suelos y reencontrarme con el café solitario de la plaza abandonada o el ron pálido esperando el acecho del encuentro que no llega y se me vienen a la cabeza las presencias que me faltan o los sostenidos de la nota que me falta. Y me agoto y me copulo en lo copulativo, en el cuerpo mío, ausente, me copulo repetidas veces preposiciones de una memorización casi infantil. Y me digo: a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta…. con ella, con la hermosa pequeña de la plaza en sus paseos inocentes bajo el paraguas de la lluvia, con las palabras en la boca o en la lengua, para terminar la frase en la falange suya, en el pulmón suyo, en el estómago suyo donde se revuelven mis intentos.

Y me desenvuelvo siempre en lo segundo, en la acorazada impresión por resolver lo no-ficticio, y marcho apagado al mar efímero donde todo arde para recoger el silencioso reclamo del revólver que se me antoja en la sien. Y escucho mis latidos en las arterias y me escucho cuando hablo sin hablarme y te escucho cuando no me hablas y sólo piensas, y me pregunto por lo que dirás cuando ahora callas de esa forma miserable.

Autorecreo las formas verbales de cuantos verbos inutilizamos, en escasa ilusión por verte en un espejo, en un sueño realizable, en un verbo cárnico de lengua que me abrasa, pero me quedo helado en la sonriente cerrazón de una composición que me retrae. Los hermosos hados del infierno me llaman y me requieren para no-observarte jamás o para quererte siempre entre mis brazos peludos y manos sangrientas o mis versos cenutrios y mis labios enormes como espadas o acorazados navíos de perdidos héroes en detrimento. Y soslayo siempre lo primero porque es el principio el error inconcebible de cuanto se piensa más tarde y me entierro en tu retrato de niña de comunión de vestido blanco en semilla abierta para el pueblo negro.

Y salgo al balcón con una nube por cabeza y unas manos por pies y unos pies por cabeza y unas sienes por deleites y una lengua por nariz y una nariz por codos y unas rodillas por nada y una nada incrementable por unas sedientas ojeras de hermoso calibre para el suelo. Y me hago al balcón que me recoge y me agarro y me sujeto a él con posibilidad de volver al suelo, pero el suelo me reclama más abajo y le respondo y me responde y me digo y me dice y me reclama y lo reclamo y me lanzo a él y me recoge y me muero para siempre sin dejar de pensar, y me muero de un modo inútil para seguir pensando, y me sigo rememorando su paso al ofrecimiento del cristo y sus miradas en los destellos de lo inútil y me sigue mirando más allá donde ahora la espero en este sufrimiento de la no-vida. Y me invento canciones y poemas y novelas y ella se ofende cuando las no-escucha y sigue viviendo como si yo no existiera cuando me he muerto y me sigo muriendo a cada instante para que ella muera, deseando su muerte en mis brazos, en los no-míos cuando yo ya no estoy y siguen tocando, tocando para nosotros, esa orquesta que sigue tocando, y miran como toca sus notas ya prefijadas en ese hermoso ritmo, y las miro y ella me mira y nos miramos pero no me mira a mí, mira el sitio que ocupo donde ya no estoy y le digo que se me venga adentro donde yo me hallo y ella se desvive por otra cosa y se amamanta de otra música y me desgarra y se me marcha y me deja en mis adentros y me proclamo el ser de la nada y me manifiesto en su nombre para no encontrarla y me despide sin saberlo, diciendo hola al ser que ahora me ocupa.

Y me entierro tal cual, en la tierra del suculento acecho, donde nada me espera, con el vientre adentro, esperando siempre, esperándola a ella, la que me vive para mí y no me vive, en su escasa cerrazón por serme donde yo no la soy.

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