Visualizo la portada del primer poemario de Poekas. Hace años visualicé el logo y en la portada lo único que hago es enchufarlo a la luz.
Me dice Elena Moratalla: hemos votado poner el logo original con un fondo en un tono claro y manos a la obra. Elena me lo dice porque no me lo puede decir el grupo ya que yo pertenezco al grupo a través del aire, gracias sobretodo al hecho de ser autónomo; me explico: gracias a vivir en una jaula esclavizado, trabajando y ahorrando mucho mucho para dárselo todo al gobierno para sus cositas lo que me permite dedicarme a lo que me gusta siendo tremendamente idiota a la vez y no por ello me magullo.
Elena me da la idea general, me manda una portada que ha hecho ella y, al principio, lo único que hago es mejorarla en calidad sin salirme de sus pautas. Luego empiezo a distorsionar la imagen, pero todavía no pienso en Poekas sino en la portada. Sigo creando portadas sin pensar aún en el grupo así que lo único que hago es diseñar portadas que no agrupan a nadie; poco a poco la cosa se va acercando a mi idea de portada cuando al pensar en Poekas me viene a la cabeza la idea del autómata de Vaucanson, ingeniero francés del siglo XVIII que creaba a base de engranajes y mecánica muy básica auténticas joyas de la ingeniería; a partir de entonces, cuando visualicé a cada uno de los queridos poetas de Poekas interactuando como lo hacen poéticamente los engranajes del inventor, comencé a pensar de un modo global hacia la portada y empecé a hablarle en plural en lugar de mantenerla singularizada. Y me dije: puesto que el púrpura es el color más poético que existe por su parecido con la sangre de la aceituna, búscalo en tus entrañas; y empezó a salir del libro de la k de Poekas aceite todavía sin triturar; y me dije: qué mal qué mal qué mal, se te ve el lápiz por todas partes y se te dispersa la luz y no puede salir la luz de un libro de perfil sino del hexagonal candil que sostiene esa P; así que a partir de entonces busqué el modo de sacarle la luz real al candil, siempre y cuando ésta fuera reflejada en el bolígrafo para que la luz se hiciera tinta sólo por la punta; y así, hecha la luz, reflejado en sí mismo el logo de Poekas como el abrazo de dos luciérnagas una amarilla y otra azul, colores contrapuestos por la diversidad pero unidos en el compromiso, así surgió una portada que pudiera contentarme. La terminé un sábado a las tantas de la madrugada con Isel aburrida de darme la razón en las anteriores 27 portadas y sin haberme contentado todavía. Sí, fue la portada 28, no las pego todas porque entre algunas las diferencias son mínimas pero me gustaría mostrar una evolución sobre el proceso.
Luego vuelvo a leerme el libro pero el libro no es Poekas, el libro es sólo parte de la poesía de Poekas pero no el grupo en sí como ente poético. Vuelvo a pensar en Voucanson, en su Pato con aparato digestivo, que tenía más de 400 partes móviles y podía mover las alas, beber agua, digerir grano y expulsarlo después. Más o menos eso es el grupo vallekano: piezas de un alarido poético que, juntas, han metido a la poesía en los institutos, la han gritado en la calle, la han dosificado a través de la radio y hasta se la han recitado a la cara a los asteroides. Y son generosos con su tiempo y se acuerdan de los poetas gigantes y los homenajean en la universidad y dicen basta ya de esta barbarie y dicen algo pequeñito los martes últimos de cada mes, lo dicen juntos, unidos por correas, lo dicen sus resortes y sus manivelas, lo dicen conformando ese autómata magnífico que son y que dice muchas cosas sin recambio.
Así que lo dicho o sin decir: próximamente se vende pieza por pieza y, sin fascículos, un autómata de Vaucanson: Poekas, de Vallecas al verso (Canalla Ediciones), con portada de un servidor, prólogo de Teodoro Rubio y la voz de veinte engranajes.
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