martes, 24 de febrero de 2015

Sobre LA TEXTURA DEL TIEMPO, un ensayo dentro de ADA O EL ARDOR, de Vladimir Nabokov

Al poco de llegar a Madrid, con el ardor de los 18 años, empecé a leer por consejo de algunos compañeros a Nabokov. Así, Ada o el ardor se convirtió muy pronto en mi novela favorita por aquel entonces. No era sólo por la potente historia de amor sino por su complejidad y por su canto al placer, un placer casi metafísico con raíces en la tierra. Cuál fue mi sorpresa terminando el libro (sorpresa mayúscula para un estudiante de ingeniería que empezaba a descubrir lo poquísimo que le interesaba la materia) cuando leí parte de un supuesto libro que el protagonista llama La textura del tiempo y en el que trata los conceptos que tanto me fascinaban de espacio-tiempo desde un punto de vista poético a modo de ensayo. Comparto algunos fragmentos:

Mi finalidad al escribir La textura del tiempo, obra difícil y deleitable que me dispongo a poner sobre la mesa ya iluminada del lector aún ausente, consiste en purificar mi propia noción de “tiempo”. Voy a examinar la esencia del Tiempo, no su transcurrir, porque no creo que su esencia pueda reducirse a su transcurrir. Deseo acariciar al Tiempo.
Uno puede estar enamorado del Espacio y de sus posibilidades: la velocidad, por ejemplo, la velocidad lisa, el silbido de su sable, la gloria aquilina de la velocidad domada, el grito de alegría de la curva. Y uno puede estar enamorado del Tiempo, su tejido y su extensión, la caída de sus pliegues, el mismo carácter impalpable de su cendal grisáceo, el frescor de su continuum. Querría hacer algo con él, abandonarme a un simulacro de posesión. Sé que todos cuantos han tratado de llegar al Castillo Encantado se han perdido en la noche o han quedado atascados en el Espacio. Sé también que el Tiempo es un perfecto caldo de cultivo para las metáforas.

Tal vez la única cosa que permite entrever el sentido del Tiempo es el ritmo. No los latidos recurrentes del ritmo, sino el vacío que separa dos de esos latidos, el hueco gris entre las notas negras: el Tierno Intervalo. La pulsación misma no hace sino recordar la triste idea de la medida, pero entro dos pulsaciones hay algo que se parece al verdadero Tiempo.

El ritmo lento disuelve el Tiempo, el ritmo rápido no le deja lugar.

El corazón, asiento de males particulares que nada tienen que ver con el Tiempo.

Y, ya que hablamos de evolución, ¿podemos imaginar el origen del Tiempo, y los escalones o vados por los que transitó, y las mutaciones que desechó? ¿Ha habido alguna vez una forma de Tiempo “primitiva”, durante la cual, por ejemplo, el Pasado, aún no claramente diferenciado del Presente, dejase aparecer sus formas y fantasmas a través de un “ahora” todavía blando, largo y larval? ¿O es que la evolución no ha afectado más que a la medida del tiempo, del reloj de arena al reloj atómico, y de éste al pulsar portátil? ¿Y cuánto tiempo necesitó el Tiempo Antiguo para convertirse en el Tiempo de Newton? “Pondera el Huevo”, como decía el gallo francés a sus gallinas.

Antes de continuar, debemos precavernos contra dos errores. El primero es la confusión entre los elementos temporales y los espaciales. Ya hemos denunciado en estas notas a ese impostor llamado Espacio; más tarde le citaremos a juicio, en el curso de nuestra investigación. El segundo error que hemos de rechazar es un hábito de lenguaje que conservamos desde tiempo inmemorial. Consideramos al Tiempo como una especie de arroyo, sin gran relación con un verdadero torrente alpino cuya blancura destaca sobre un fondo de roca negra, o un gran río de color sucio en un valle ventoso, pero en permanente fluir a través de nuestros paisajes cronográficos. Estamos tan habituados a ese espectáculo mítico, tenemos tal necesidad de licuar hasta el menor coágulo de vida, que acabamos por no poder hablar de Tiempo sin hablar de movimiento. Es verdad que ese sentido del movimiento procede de fuentes muy naturales, o, al menos, familiares: el conocimiento innato que tiene el cuerpo de su circulación sanguínea, el vértigo ancestral provocado por la salida y la puesta de los astros, y, por supuesto, nuestro métodos de medida, como la sombra móvil del reloj de sol, la caída de la arena en el de arena, los saltitos de la segundera... con lo que hemos vuelto otra vez al Espacio. Consideremos los marcos, los receptáculos. La idea de que el Tiempo “corre” en un sentido tan natural como el de la caída de una manzana en un jardín, implica que “corre” por y a través de algo, y si pensamos que ese “algo” es el Espacio, no nos queda sino una metáfora que “corre” a lo largo de una cinta métrica.

El Espacio es un hormigueo en nuestro ojo, y el Tiempo un canto en nuestro oído”, dice un poeta moderno, John Shade.

¿Existe algún uranio mental cuya descomposición pudiera utilizarse para medir la edad de un recuerdo?

La vida de cada individuo supone, desde la cuna a la tumba, la elaboración y consolidación progresivas de esa espina dorsal de la consciencia que es el Tiempo de los fuertes. “Ser”, quiere decir saber que se “ha sido”. “No ser” implica la única “nueva” especie de (falso) tiempo: el futuro. Lo descarto. La vida, el amor, las bibliotecas, no tienen futuro.

El Tiempo es cualquier cosa menos este tríptico popular: un pasado que ya no existe, el punto sin duración del “presente”, y un “todavía” que no puede llegar jamás. No. No hay más que dos paneles. El Pasado (existente para siempre en mi espíritu) y el Presente (al que mi espíritu confiere duración, y, en consecuencia, realidad). Si consideramos un tercer panel de la esperanza satisfecha: lo previsto, lo predestinado, la capacidad de previsión, de pronóstico perfecto, seguimos aplicando el espíritu al Presente.

Más adelante, cuando el protagonista cuenta a su amante su intención de la obra, su propósito de hacer una novela dando nueva vida al Tiempo amputándole de su hermano siamés el Espacio y del falso futuro, Ada, la magnífica Ada, le responde:

Me pregunto si esa tentativa de descubrimiento se merece la policromía de una vidriera. Podemos saber el tiempo que hemos tomado. Podemos saber el tiempo que hemos dado. Pero no podemos saber lo que es el Tiempo. Sencillamente, nuestros sentidos no han sido hechos para percibirlo. Es como...

Ha pasado más de una década desde que leí la obra por primera vez y no sé si, desde entonces, lo que ha pasado ha sido el tiempo o el espacio.


El espacio que no tiene tiempo es la nada.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Navokov ha sido tan desconcertante para mi que gustoso aceptaría que alguien me ayudara a "digerirlo".