No amor
sino lepidópteros
en el glande.
No ya Urano
sino alfombras
de lengua
en las orillas.
Y el otoño cayendo
boca a boca
en la costra,
en la corola
del verbo.
El techo
en un suelo
de escolopendras
surcando
la espalda.
Evitando a toda costa
las clínicas de desintoxicación,
diciendo te quiero sin secreto
igual que el gasterópodo,
llamándonos nube
y siendo nube,
reconociendo que nos falta
una parte del cuello
y regalándonos
los omoplatos
que nos sobran.
Siendo principio
como si el principio
nos precintara
y devorándonos
con la culpa
de la guerra.
No sólo amor
sino yo desnudo
pintando a Isel desnuda
en la tarde sin relojes
donde a toda prisa
dormitan los insectos.
Siendo capaces
de todo:
angiospermas
de sépalos
infinitos.
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