El acto fue presentado por Rigo Cairo, poeta cubano cuya presencia gigante lo convertía en un gran comunicador y animador del evento, presentándonos a un Muquitay recién salido de un resfriado y que demostró que los virus hay voces que no pueden apagar. Era un placer verdadero escucharlo y verlo tocar de aquel modo, con su guitarra catalana del maestro Picado y sus ojos que se entornaban cuando iba a prolongarse en la boca el destello de sus melodías. Y no era necesario apoyar la causa ni levantar el puño ni hondear banderas de ningún color. Bastó la poesía, me di cuenta de que los lóbulos de ésta rodean y redondean el mundo; mirando a mi alrededor había gente de Perú, de Ecuador, de Marruecos, de Grecia, de Italia, de Colombia... y de España... sí, sentí el abanico multicolor del espectro tendiendo al infrarrojo, y me fue grato impregnar mis oídos de los colores.
Casi al final, Luciano Olazabal, de Perú, cantó para nosotros una bonita canción de los pueblos originarios de su tierra acompañada del ukelele. No faltaron las palmas a pesar de que, como suele ocurrir, el lugar no estuviera atestado. Pero lo rellenamos y salpicamos a fuerza de poesía, que creo que era el objetivo y la cosa terminó de forma heroica.
Tras una larga charla sobre el Nobel a Obama y los distintos conflictos que hay en el mundo, nos despedimos de todo el mundo y llevé a casa al poeta Carlos Muquitay, con su guitarra en el maletero y lo vi manifestárseme en el asiento de al lado del conductor, a este guerrillero Colombiano cuyo hilo de voz, como el alambre de su lucha, no tiene fin.
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