Hay poemas que son de la piel. Este verano corrompí a un grupo de niños para que se tatuaran unos instantes unas palabras de La casa sola de Alberto Batania. Mi mala memoria no los escribió tal y como aparecen en el poema, pero la cosa ya estaba hecha. A esta unión de carne y poema los he llamado carnemas. Aún me dan miedo las paredes pero un día... un día.
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